De la disonancia al descubrimiento

«Se trata del reconocimiento básico de la otredad como una frontera, pero también de una invitación a salir de uno mismo. (…) es más interesante dar paso al encuentro. Tras el punto de quiebre vienen los descubrimientos.»

Por Elizabeth G. Frías

Twitter: @elinauta

“En el arte y en la naturaleza, las orillas son los lugares donde ocurren las cosas más emocionantes”, dice John Luther Adams en el documental «The Reach Of Resonance”. Se refiere a límites naturales: “la zona intermareal, la frontera forestal, el punto en el que el bosque abre paso a la tundra ártica.” La razón es sencilla: Adams traduce los fenómenos geográficos de Alaska en música y luces, desde las vibraciones sísmicas y el clima hasta las auroras boreales y las fases de la luna.

Mediante sensores y programas que traducen las señales en sonidos, Adams construye composiciones que responden en tiempo real al ritmo y al entorno del polo. Por ello, las regiones más interesantes para su ejercicio son las fronterizas, aquéllas en las que se encuentran dos realidades distintas. La resonancia homogénea que podría producir un valle, por ejemplo, se altera y se distorsiona cuando John se acerca a la orilla de un río. El paisaje sonoro de la ribera del río es más interesante que el de su cauce o el del valle que lo rodea. La zona de transición entre la tierra y el agua es la que produce sonidos más complejos, es el sitio en el que la regularidad de una y otra se encuentran y se transforman mutuamente.

Es una idea amplia y abarcante, que puede reducirse a otra muy simple. En palabras de William Carlos Williams: “Dissonance / (if you are interested) / leads to discovery.” Y de Tuli Kupferberg: “When patterns are broken, new worlds emerge.” Me interesa la parte en la que se introduce la disonancia, en la que se fractura la uniformidad. La zona de quiebre o de transición; la frontera, el borde. Y me interesa porque explica una sensación que tuve hace un par de semanas: la de estar sentada a la orilla de un libro.

Sé que suena extraño, pero así era: el libro estaba frente a mí, sobre el suelo, abierto en una página al azar. Me parecía estar al borde de una realidad distinta, de una comprensión externa. Podía sentir esa doble atracción que suelen ejercer los abismos: a un tiempo seducción y vértigo. Y, en mi mente, la única forma de explicarlo era ésa: estoy sentada a la orilla de este libro. Ahora, con la idea de John Luther Adams, puedo decir que la causa del vértigo era saberme al borde de algo distinto, de algo que podía introducir disonancias y quiebres en mi regularidad.

La idea me gustó y, claro está, no me detuve ahí. ¿A la orilla de qué otras cosas podía colocarme? La respuesta llegó pronto: un amigo. Podía detenerme ahí, en la frontera misma entre él y yo. Se trata del reconocimiento básico de la otredad como una frontera, pero también de una invitación a salir de uno mismo. El reconocimiento de alguien distinto, acompañado de extrañeza y atracción, de resistencia y curiosidad. Podía detenerme ahí, pero es más interesante dar paso al encuentro. Tras el punto de quiebre vienen los descubrimientos.

Y, ya que la idea es elástica, podemos probar a extenderla un poco más. ¿En verdad podemos negarnos a atravesar esas fronteras? ¿Podemos permanecer en sitios conocidos, sin que éstos se vean alterados por un otro? No, es evidente que no. Me parece que todo el tiempo atravesamos por zonas de transición, que las fronteras no son tan sólidas como parecen. Y eso significa que también los hallazgos y los reconocimientos están a la orden del día. Sólo hace falta reconocer esos bordes: detenerse a la orilla de lo extraño, dejarse seducir por el abismo y después, por supuesto, adentrarse en él.

[Les dejo un video en el que Adams habla acerca de su trabajo en Alaska en la instalación “The place where you go to listen” y otro acerca de su pieza “Inuksuit”: de acuerdo con esta descripción en The Guardian, noventa músicos llegan a un espacio abierto tocando tambores, conchas, lijas, campanillas y otros instrumentos que, poco a poco, se mezclan con los sonidos del lugar hasta convertirse en un rugido. Cuando el estruendo disminuye, los músicos se dispersan; los niños los siguen, los adultos se animan a hacerlo también. Caminan entre los árboles y entre los sonidos que, despacio, se diluyen, hasta que no se sabe bien si la música llegó a su fin o no. Otra frontera que se disuelve.]

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Elizabeth G. Frías

Estudié Filosofía. Este año inicié Jolgorio: un espacio de encuentro y de creación en los museos de arte contemporáneo de la Ciudad de México. Me gustan los talleres, las caminatas en el bosque y subir a las azoteas.

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Un comentario en “De la disonancia al descubrimiento

  1. Una profunda invitación a buscar fronteras que cruzar, que podría en muchos sentidos cambiar el modo en que puede ver(se) y vivir(se) el mundo, más cuando tal invitación viene de alguien que se ha sentado a la orilla (del océano) de un libro.

    Complimenti!

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