La maternidad libre y plena es un privilegio

De Gustav Klimt.

«Qué mejor manera de celebrar a las mamás que adoptando, como mujeres, hombres y ciudadanos, la responsabilidad de cuidar a nuestras mamás. Estoy segura ayudará a tener una mejor sociedad.»

Por Susana Kiehnle

Este año celebro, por primera vez, el día de las madres del lado de las madres. La maternidad, desde el parto hasta el puerperio, ha sido una experiencia trascendental que me ha permitido conectar con mi lado más animal y, al mismo tiempo, con el más místico. Nunca esperé encontrarme lo sagrado tan pegado a la carne. Soy otra. Ser mamá me ha hecho devenir en otro ser, en uno más fuerte, más seguro de sí mismo, más preocupado por el mundo y más consciente de sus acciones. ¿Por qué la maternidad me ha transformado? Porque lo he permitido y porque he tenido las circunstancias adecuadas. ¿Qué factores, dados y construidos, han conformado esta experiencia abrumadora y positiva? No todas las mujeres tienen la misma fortuna de ejercer su maternidad con libertad y plenitud. Las barreras son muchas y no siempre son obvias.

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Comencemos en el principio: el parto. La OMS (Organización Mundial de la Salud) recomienda realizar cesáreas únicamente cuando el parto vaginal supone un riesgo para la madre o el niño, lo que ocurre en quince de cada cien partos. Sin embargo, en México, ochenta de cada cien niños nacen por cesárea en hospitales privados, cuarenta de cada cien en hospitales públicos, según la Encuesta Nacional de Salud del 2012, hecha por la Secretaría de Salud.

Muchas mujeres viven su embarazo deseando un parto vaginal, van al curso psicoprofiláctico, practican sus respiraciones y, al final, sus ginecólogos les hacen creer que en su caso existía una urgencia médica que requería la cesárea. En el mejor de los casos. La decisión de tener un parto vaginal o una cesárea le compete a cada familia, así que ¿no deberían las políticas públicas de los Estados estar orientadas hacia las recomendaciones internacionales? Por desgracia, muchas mujeres son también víctimas de agresiones, malos tratos, e incluso esterilizaciones no deseadas cuando se encuentran en labor de parto. Dar a luz conforme a la naturaleza se ha convertido en un privilegio casi inalcanzable en nuestro país.

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En segundo lugar, la lactancia. Está más que comprobado por la ciencia: no existe leche de fórmula que iguale a la leche materna. No se puede discutir lo indiscutible. La OMS recomienda la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses. Después mantenerla otros seis meses, hasta el año de edad, como alimento principal pero acompañada de alimentos sólidos que se introducen poco a poco. En México, sólo veinte de cada cien mujeres amamanta a sus hijos. Amamantar es casi una misión imposible en nuestro país. El apoyo que se otorga a las madres lactantes en los hospitales deja mucho que desear, con excepción de La Liga de la Leche, una organización no gubernamental sin fines de lucro que apoya a las madres lactantes.

De entrada se desincentiva la lactancia a libre demanda, clave para la producción de leche, cuando se llevan a los bebés a los cuneros. Además, el permiso de maternidad es de doce semanas, por lo que una mujer que desee amamantar por más tiempo tiene que ingeniárselas mientras trabaja. Existe en la ley mexicana el derecho de lactancia que consiste en dos recesos de media hora para sacarse leche durante cada jornada laboral. Suena muy bonito, pero ¿en dónde se saca una la leche y en dónde la almacena? Peor aún: ¿cómo nos aseguramos de que no se nos sobrecaliente la leche en las dos horas que estamos en el coche o en el metro? Sólo diez de cada cien mujeres logra conciliar la lactancia materna y el trabajo. Verdaderas heroínas.

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Luego viene disfrutar al bebé. La llegada de un nuevo miembro a la familia mueve todo. Aprender a cuidar de una nueva personita y acostumbrarnos a llevar la casa con estos cambios toma tiempo. Créanme, mucho más de las famosas doce semanas. En los países escandinavos, parangón de la equidad de género, los permisos de maternidad son bastante largos y no son exclusivos de las madres, también se otorgan a los padres. Me tocó vivir la maternidad en Noruega. En este país, el permiso de paternidad dura un año. Por ley las mujeres y los hombres deben tomarse diez semanas cada uno (por fuerza las madres deben tomarse las primeras diez semanas) y el resto se distribuye de acuerdo con el deseo de cada pareja. Además de la tranquilidad económica, estas políticas promueven el involucramiento de los hombres en la crianza de los hijos y otorgan la libertad a cada familia de establecer la dinámica de roles que más le convenga (que no por fuerza se definen por el género).

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Lo importante es resaltar la necesidad de encaminar las políticas públicas de nuestro país hacia la protección de la libertad de ejercer la maternidad con plenitud. No obstante, hay que reconocer que debemos cambiar muchas de las ideas que tenemos en torno a la maternidad.

Es común en nuestra generación, por ejemplo, que como mujeres aspiremos a ser autosuficientes, independientes, trabajadoras. Buscamos que todo suceda rápido y con eficiencia y a veces llevamos esos deseos a la maternidad. ¿Para qué esperar a que el trabajo de parto empiece solo si me lo pueden inducir o me programan la cesárea? ¿Para qué “esclavizarse” amamantando cuando hay tan buenas fórmulas en el mercado? Nos urge regresar al mundo, a nuestro cuerpo de antes. Nos urge que el niño duerma toda la noche para poder salir. Juzgamos a quien se saca el pecho para darle de comer a su bebé y a la amiga que sigue amamantando después de los seis meses, con todo el esfuerzo que implica, la tachamos de hippie. La maternidad es una oportunidad para que seamos más y mejores personas, aprovechemos el privilegio y busquemos que todas tengamos las mismas oportunidades.

Qué mejor manera de celebrar a las mamás que adoptando, como mujeres, hombres y ciudadanos, la responsabilidad de cuidar a nuestras mamás. Estoy segura ayudará a tener una mejor sociedad. ¡Feliz día de las madres!

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