
“Esto es lo que hace que un libro verdaderamente no termine: si estamos dispuestos al diálogo y listos para escuchar, seguirá siendo fértil, seguirá ofreciendo de sí.”
¿Qué se hace al terminar de leer un buen libro? Nada amortigua ese golpe de vacío al pasar la última página, cerrar la cubierta y toparse de pronto con el mundo exterior. No son pocos los amigos a los que he escuchado hablar de esa sensación agridulce, de esa pausa en la que uno mira en torno, desorientado, sin saber qué hacer. Hay libros generosos, que llevan un epílogo para suavizar la despedida. Pero ni siquiera esas últimas páginas evitan el vacío que viene después.
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Las películas lo resuelven muy bien: la música final extiende la historia y amortigua la vuelta a la realidad. Los conciertos, por otra parte, anuncian su final con anticipación y dan a los espectadores la oportunidad de desfogar su ánimo en aplausos (o abucheos). Pero los libros, nada. Una vuelta a la página y se acabó. Silencio.
¿Qué se hace, entonces? Debería haber alguna clase de dispositivo capaz de extender ese microcosmos, aunque sea por un par de minutos, antes de ser expulsados de él. Cualquier cosa.
Pues bien, a falta de epílogo, música, aplausos o puentes de salida, habrá que construir los propios. Aquí hay seis buenas prácticas para no sentir que salimos de un libro expulsados a patadas.
No hacer nada

Lo sé, parece contradictorio, pero si el objetivo es fabricar un intermedio o una transición entre la vorágine de la lectura y las tareas cotidianas, entonces hay que permitirnos al menos un momento de inactividad para reposar lo leído. Es buen momento para “catar” el libro, no sólo con el intelecto: ¿qué sabor tiene?, ¿cuál fue el sabor inicial, cuál el intermedio, qué sabor dejó al finalizar?, ¿qué dice el resto del cuerpo?, ¿qué imágenes, qué sonidos, qué ideas son las que flotan alrededor? Para identificarlos, hay que darse el lujo de no hacer nada más que escuchar y estar atentos, por un rato.
Extenderlo
Dicen que un buen lector es aquél que, al terminar de leer un libro, es capaz de escribir una página más. Claro, imaginar finales alternos o escribir un análisis son réplicas valiosas. Pero la escritura no es el único medio: uno puede extender el libro en música, en imágenes, en conversaciones. Una vez que identificamos qué nos provoca, podemos transformar eso en lo que más nos convenga. Por supuesto, componer una pieza de música, hacer una pintura o redactar un escrito son opciones exigentes. Los más arriesgados podrían transformarlo en una acción o en un objeto. Pero hay alternativas más amables: ¿qué tal hacer una lista de reproducción, o un collage con imágenes encontradas en internet?
Documentar
Conforme la lectura avanza, es común marcar las páginas que contienen alguna oración o algún pasaje que queremos recordar. Sin embargo, rara vez volvemos a ellos. Un buen momento para hacerlo es justo después de terminarlo (después de la pausa-intermedio, por supuesto). Recorrer con calma esas marcas permite hacer memoria de lo que sucedió dentro y fuera del libro, como en un álbum de fotos favoritas. Lo ideal sería, entonces, agregar al final una tarjeta simple en la que se puedan condensar las impresiones, referencias, asociaciones e ideas sueltas que quedan frescas tras la lectura y que muy probablemente seremos incapaces de recordar a detalle un par de meses después. Si cada libro que hemos leído quedara documentado así, en una tarjeta breve, tendríamos una especie de catálogo subjetivo de nuestras lecturas, más valioso que todas las reseñas ajenas.
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¿Cómo te cambia?
Alguien dice, sobre algún libro: “Lo leí en una noche, como quien espía una conversación apasionante, y por la mañana yo era otro: alguien que acaba de terminar un gran libro.” Por la mañana era otro, dice. Hay libros así, que no se quedan en las páginas, que permanecen ya siempre con quien los lee:
Al toparse con un libro así uno lo sabe, por supuesto. Pero hay muchos que lo hacen en menor medida, y para saberlo hay que detenerse a preguntar: ¿en qué me cambió esto que acabo de leer?, ¿de qué modo soy otro tras terminar estas páginas? No siempre es posible responder, pero siempre es valioso hacer la pregunta. ¿Cómo te acompañaría esta pieza en tu “viaje a los límites”? ¿Cómo te enriquece? ¿Cómo la enriqueces tú a ella?
Revisitarlo
Dicen también que un libro leído es un viejo amigo. También puede ser una región querida, una casa. Alguna vez escribí ya sobre las ganas de quedarse a habitar en un libro. La idea es la misma: es un sitio o un interlocutor al que vale la pena volver. Y hay que hacerlo. Con toda seguridad habrá cambiado, y nosotros también. Pero esto es lo que hace que un libro verdaderamente no termine: si estamos dispuestos al diálogo y listos para escuchar, seguirá siendo fértil, seguirá ofreciendo de sí.
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Estas prácticas, claro, podrían aplicarse también a otros medios: al cine, al teatro (¡cuántas veces he echado en falta una pausa al terminar de ver una obra!), a una visita al museo. Aunque muchos cuentan con recursos finales (música, aplausos, explicaciones), nada puede reemplazar el tiempo que cada quien dedique a hacer su propio análisis, a decantar sus impresiones, a condensar lo visto, leído o escuchado y a dejar que se filtre en sus ideas y sus acciones.
Este post fue publicado originalmente en agosto de 2014.
Un comentario en “Cómo evitar la depresión post-libro”